Safari Kamba
Desde 1.710$ por persona
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Soy Pillareta, viajera empedernida por placer, trabajo, voluntariado o cualquier otro motivo. Trabajo como Senior Manager en las finanzas de una multinacional de medios. Me apasiona leer y escribir…y ¡soy adicta al spinning!. Ahora soy bloguera. Siempre inquieta. Enamorada de Africa.
De mi primer viaje al sur de África regresé muy encariñada y con ganas de volver. Tanzania es un destino estupendo para comenzar a conocer esta parte del continente.
La capital, Dar-es-Salaam, carece de especial atractivo en cuanto a patrimonio pero engancha por ese denominador común que tienen las capitales del África austral. Merece la pena dedicarle al menos un día, y curiosear, con actitud flexible y sin pensar de dónde venimos y qué esperamos ver. Como dicen ellos T.I.A: “This is Africa!” Puedes pasear sin más, observar la vida, llegar hasta la costa y comer en alguna tasca africana, charlar con los críos que se te acerquen. Conviene aprovechar bien la luz del día pues la ausencia de luces de noche da un toque inhóspito al deambular por la calle.
Mi primer safari, que fue en Botswana, me dejó muy buen sabor de boca. Y en Tanzania quise repetirlo. Fuimos a Mikumi, al sur del país. Tiene la ventaja de ser una zona extensísima de sabana con escaso tráfico de jeeps repletos de turistas “hambrientos de fotos”. La sensación de sentirte solo allí cohabitando con animales es probablemente más real que la que se tenga en el transitado Serengueti. La única desventaja -si se me permite considerarlo como tal– es que los animales están mucho más dispersos y en ocasiones pasará mucho tiempo (minutos, horas) hasta toparse con alguna manada de animales. Con un poco de paciencia, tiempo y mucha emoción ¡al final se logran ver todos! cebras, elefantes, ñus, jirafas, hipopótamos, búfalos, babuinos, impalas,… Experiencia no exenta de moscas tse-tsé que se cuelan en el jeep, o de subidas de adrenalina al cruzarte con elefantas que caminen con sus crías- se vuelven muy agresivas al creerse amenazadas por la presencia ajena.
Se considera que el safari tiene su coronación al encontrarse con un leopardo, pues es ágil como ninguno escondiéndose y no se prodigan demasiado. Pero a mí me cautivó el león, animal guapo donde los haya. Su título real hace honor a su carismática presencia.
Para mí un momento típicamente mágico es el atardecer africano en un horizonte apacible y silencioso. También sentarte a cenar junto a una hoguera en mitad de la sabana y con un telescopio observar las estrellas. En los recintos de las tiendas suelen trabajar masais que te guían por la noche hacia la tuya con una lanza y un olfato y oído sobrehumano. Caes tan cansado en la cama que ni los ruidos de animalitos -o animales- te desvelan.
Como alternativa al jeep y a la conducción algo temeraria africana está el autobús local. Sin olvidar que, del tiempo estimado que te dicen que lleva el trayecto, hay que añadir 3-4 horas más por “imprevistos”. Pero no resulta nada monótono, los vendedores ambulantes amenizan y sufragan potenciales necesidades: peines, plátanos, chicles, tomates, naranjas. Se venden desde la ventana del autobús. El tanzano es bastante generoso por lo que si tienes sentado a tu lado a alguno muy probablemente te ofrezca la fruta que compre y espera que la aceptes.
Por supuesto no podíamos renunciar a un trekking en Arusha, a las faldas del Kilimanjaro. Y también recorrimos la zona de Marangu, con cascadas y una vegetación muy frondosa.
Un lugar impresionante es Ngorongoro, una gran reserva natural con un cráter en cuyos alrededores habitan muchos animales. En esta zona limítrofe con Kenia se puede acceder a algunas bomas (poblados) y ver en primera persona como viven los masai, entrar a sus chozas, ver el ritual de sus folclóricos saltos, y al mismo tiempo dejarse observar por ellos. Inenarrable. Sobre todo al llegar, cuando casi sin darme cuenta me encontré rodeada de masais observándome y acercándose poco a poco a mí. Mi amiga se había quedado atrás preguntando a un masai si le gustaba más Zanzibar para vivir ¿?
Pero en Tanzania no sólo tienes aventura y exploración, hay que dejar espacio también al relax. ¡Coged un vuelo local rumbo a Zanzíbar! El aeropuerto puede resultar algo cómico por su austeridad y tamaño. La única puerta de embarque es la propia pista con butacas para pasajeros, y tú mismo conducirás tu maleta -no de mano- a bordo. Un avión de apenas 15 plazas con tripulación incluida… ¡No apto para cardiacos!
Zanzíbar te recordará que aún existen paraísos, y que son más reales de lo que pensamos. Su capital Stonetown hechiza por su combinación colonial y árabe, con el antiguo mercado de esclavos o el mercado de las especias. Hay simpáticos rastafaris en la plaza Forodhani gardens, donde cada noche hay un mercado de puestos con marisco y pescado a la parrilla, riquísimo, siempre que sepas elegirlo bien fresco.
En la isla observé un trato ventajoso, sin pedirlo, a los blancos, por el mero hecho de serlo. Puedes entrar a bañarte gratis a la piscina de un hotel privado que no desconfiarán ni pensarán que no eres un huésped. Por otra parte al viajar en ferry, la tarifa que pagan los blancos es distinta -sin elegirla- pues les ponen en una zona vip reservada sólo a blancos, aunque éstos no completen el aforo, nadie más puede estar. No me sentí cómoda en esta situación. Respecto a los ferrys, por favor hay que tomar siempre el rápido cuyo coste es más alto. El “otro” a veces se hunde, causando siniestros de vidas que nunca son noticia en Occidente.
El paraíso es fácil de encontrar en la isla. El nuestro fue Jambiani, al sureste, una pacífica y solitaria playa de arena blanca, aguas cristalinas, y horizonte turquesa,… Prácticamente estás solo en la playa salvo por la simpática y escalonada presencia de falsos masais vendiéndote alhajas, o niñas que acuden a recoger coquinas que sus madres puedan cocinar después, o pequeños que dibujan sobre la arena fina con sólo una cuchara pero más felices que nadie,…No obstante con marea baja el nivel del agua en esta zona del Indico puede retroceder hasta medio kilómetro de la orilla. No te extrañes si al día siguiente cuando vuelves a la playa ves que el agua quedó lejos en el horizonte, dejando al descubierto plantaciones de algas… ¡El mar aparece y desaparece!
En Zanzibar hicimos algo que no suelo hacer cuando viajo, escoger el régimen de pensión completa en el hotel. La comida era deliciosa y recién “pescada”, y en esta zona menos turística y más virgen no había mucho más donde elegir así que creo que fue muy acertado. Se pueden hacer excursiones a Kizimkazi para ir en lancha a alta mar y hacer snorkel cerca de delfines. También una noche para salir de la rutina fuimos a darnos un masaje en una casa cercana a nuestro hotel. No fue el mejor masaje de mi vida desde luego, pero hubo momentos desternillantes por la improvisación de nuestras masajistas. ¡Hakuna Matata!
Si os ha gustado el post de nuestra amiga Pillareta podréis leer sus experiencias en su blog y conocerla un poco mejor a través de Twitter.