Safari Kamba
Desde 1.710$ por persona
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Mayo. Este era nuestro mes y teníamos muchas ganes de que llegara. Habíamos preparado el viaje con mucha antelación y estábamos cada vez más entusiasmados cuando veíamos que la fecha se aproximaba.
Tanzania. Pensábamos en este gran país y nos venían a la mente imágenes maravillosas de sus paisajes, de sus montañas, de su fauna, de sus parques, de su gente…
Sólo llegar a Arusha nos dimos cuenta que el viaje sería inolvidable. Su pequeñito aeropuerto es de lo más acogedor. Nada más aterrizar nos estaban esperando quienes serían nuestros dos compañeros de viaje: Joshua, el conductor; y Nash, el guía. Amablemente nos ayudaron con las maletas y subimos al coche que nos dirigió hasta nuestro primer hotel, mientras nos explicaron un poquito acerca del país y de Arusha. Una vez allí, nos despedimos hasta el día siguiente, cuando empezaría nuestro safari.
Eran las 08:00 de la mañana del 24 de mayo de 2018. Joshua y Nash estaban esperándonos y nosotros no podíamos estar más que deseosos de empezar nuestra aventura. Subimos al jeep y en poco tiempo llegamos al Parque de Tarangire. Antes de entrar, mientras Joshua tramitaba la documentación necesaria, Nash nos hizo una breve introducción sobre el parque, explicaciones que escuchábamos muy atentamente acompañados, como no, de los característicos monos que andan alegremente por allí. Nos hicimos una foto ante el imponente baobab que hay en la entrada del parque y nos adentramos en nuestra aventura. Tarangire es el sexto parque más grande de Tanzania. Su nombre está compuesto por dos palabras swahilis: “tara” que significa “río” y “ngire” que significa “jabalí”. Vendría a ser algo así como “río de jabalís” y ¡qué razón! ¡Nos encontramos con una pareja nada más entrar en el parque!
Vimos también muchas jirafas y elefantes (¡y muy de cerca!) ¡Fue muy emocionante! Las jirafas son muy elegantes y los elefantes son adorables. Encontramos también impalas, cebras, buitres y muchísimos pájaros. Ya cuando nos íbamos del parque tuvimos una grata sorpresa: encontramos dos leonas haciendo la siesta. No pudimos verlas muy bien: solo distinguimos las colas y alguna pata. Nos esperamos por un tiempo para intentar verlas pero, como eran muy vergonzosas no se querían mostrar y, además, empezaba a anochecer. Finalmente decidimos irnos hacia nuestro lodge.
La siguiente mañana fuimos un poco más madrugadores. Quedamos con Joshua y Nash a las 07:30 para poner rumbo hacía el área de conservación del cráter de Ngorongoro. Antes de adentrarnos en el parque, y mientras Joshua preparaba los trámites administrativos, Nash nos hizo también una breve explicación valiéndose de la maqueta y de los plafones informativos que hay en la entrada del parque. El área de conservación del cráter del Ngorongoro fue declarado Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO en 1979. ¡Y es que no hay para menos! Además de la belleza del cráter y de la naturaleza que lo rodea, el Ngorongoro es la cuna de la humanidad: se han descubierto huellas y restos de los primeros homínidos que habitaron en nuestro planeta. Sólo con esta breve introducción, sabíamos que iba a ser un gran día.
Los babuinos nos dieron su bienvenida y empezamos a ascender. Todo era muy verde, muy natural, muy salvaje. Sin embargo, teníamos miedo de no poder ver nada porque mientras ascendíamos había mucha niebla. Niebla que nos recordó nuestra tierra, en Lleida, donde junto con los caracoles, la niebla es nuestro atributo distintivo. Sin embargo, nada más empezar nuestro descenso al cráter, todo cambió. El sol se abrió paso y pudimos disfrutar de un día maravilloso. Cerramos los ojos y aún recordamos el aroma del parque. Albert le pidió a Joshua que queríamos tener muchos momentos de “apo apo”, es decir, de parar para poder observar los animales; y así fue. En Ngorongoro pudimos ver elefantes, jirafas y muchos ñus (los tontos de África, como nos dijo Nash, porqué corren sin ningún motivo y de un modo un tanto particular). También vimos hienas, “nyatis”, o, lo que es lo mismo, búfalos, vacas eland (o, como les dicen los massai “vacas perdidas” porque no tienen papadas y esto las hace distintas de las que hay por los poblados) y un montón de cebras, antílopes, avestruces e impalas. Pero el momento más emocionante de la mañana fue cuando nos disponíamos a recorrer uno de los caminos del Ngorongoro y nos encontramos con tres leonas que, esta vez sí, se mostraron con todo su esplendor. Las teníamos muy cerca del coche, de hecho, una de ellas nos rodeó buscando la sombra y se tumbó en el medio del camino. ¡Qué sensación tan bonita!
Y después de este gran momento, y sólo unos metros más adelante, nos encontramos con 3 hipopótamos que se revolvían en medio de un charco. ¡Fue espectacular también!
Antes de ir a comer, pudimos divisar al rey de la selva, el león. Pero estaba muy lejos y sólo se le veía su inmensa cabellera por detrás.
Paramos a comer en el área de picnic de la “Hippo Pool”, un lago precioso en qué, como el nombre indica, nos encontramos con hipopótamos enormes bañándose en él. Allí nos echamos unas fotos con nuestros guías y retomamos el camino. Y… atención… porqué lo mejor estaba por llegar.
Subimos otra vez al jeep y volvimos a las andadas, a recorrer el precioso Ngorongoro, cuando, al cabo de pocos minutos, vimos, a lo lejos, un rinoceronte precioso. Paramos el coche y lo observamos sin movernos. Él venía hacia nosotros. Estábamos muy emocionados. También Joshua y Nash. Vivimos un momento de comunión total e indescriptible. El rinoceronte se nos acercó y hasta cruzó el camino detrás de nuestro coche. Eso fue algo realmente impresionante puesto que tanto Nash como Joshua nos dijeron que nunca, en todos los años que habían estado trabajando allí, habían visto el rinoceronte tan de cerca. ¡Fue un auténtico regalo!
Después de este gran momento, nos dispusimos a retomar nuestro camino de vuelta al lodge. Antes, sin embargo, paramos en el punto de mira. Ahora el sol había disipado la niebla y disfrutamos de unas vistas preciosas.
El día siguiente era sábado. Nos encontrábamos en la mitad de nuestro safari. Aún no había acabado y ya estábamos añorando todo lo que habíamos vivido. No queríamos que acabara nunca. Eran las 07:00 de la mañana cuando subíamos de nuevo al jeep y nos dirigíamos al Parque Nacional del Serengueti. Joshua nos advirtió que tardaríamos unas horas en llegar al parque y Nash nos dijo que, de camino, íbamos a conocer el baile africano. Y ¡qué razón tenía! El camino está lleno de pequeños baches y cuando vas en el coche da la sensación de estar botando y bailando todo el rato. Para llegar al Serengueti, pasamos por el área de conservación del Ngorongoro, esta vez, sin embargo, sin descender al cráter. Por el camino nos encontramos con algunas bomas, los poblados típicos de los masai, y con muchos pasturajes, mayormente de vacas, pero también de cabras y hasta algunos de camellos.
Serengueti [sereingueti, como lo llaman los masai] o, lo que es lo mismo, llanura sin fin. No habíamos tenido tiempo de detenernos a contemplar las grandes estepas del parque que allí estaba ya el primer signo de que el Serengueti sería, como lo habían sido Tarangire y Ngorongoro, un safari excelente. Un caracal, un felino similar al lince y considerado símbolo de la buena suerte, nos dio la bienvenida al parque. Iba a ser un día de muchos momentos “apo apo”.
Decidimos comer antes de adentrarnos en su extraordinaria sabana. Después subimos encima de las rocas que hay en el área de picnic y, con unas vistas excepcionales y mientras contemplábamos fascinados sus inmensas planicies, Nash nos hizo una breve explicación e introducción al parque. El Serengueti fue también declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1981. Tiene más de 13000 km2 de extensión y, como nos comentó Nash, se formó hace miles de años tras la erupción del volcán Ngorongoro. La lava y las cenizas resultantes de la explosión arrasaron la vegetación en una amplia zona, quemando toda la foresta existente hasta la fecha y la convirtió en una pradera ideal para la vida de los herbívoros. Es en el Serengueti, además, donde se da un fenómeno único en el mundo: la migración de herbívoros más grande del planeta, que, como si de un bucle se tratase, cada año van del Masai Mara en Kenia hasta el Ngorongoro, pasando por el Serengueti en busca de pasto fresco, necesario para poder sobrevivir.
Vimos muchos ñús, leonas, impalas, un elefante gigante y solitario, bastantes hipopótamos, aves rapaces y, antes de irnos para el lodge, un imperial leopardo descansado sobre un bonito árbol.
El día siguiente por la mañana era domingo, y era nuestro último día en el Serengueti. Joshua y Nash, como siempre bien puntuales, nos recogieron y volvimos a las andadas. Sólo llevábamos unos pocos minutos de trayecto cuando Joshua, de pronto, distinguió un guepardo muy cerca del coche. De la emoción nos levantamos demasiado rápido y el guepardo se escondió velozmente. Seguimos el trayecto y nos quedamos sorprendidos al encontrarnos dos jirafas peleando entre sí. Es impresionante ver como mueven sus cuellos como si de espadas se tratase. Durante la toda la mañana también vimos mambas, es decir, cocodrilos, avestruces, otro leopardo, dik diks y elefantes. Y, de repente, vimos no uno sino 3 guepardos. Esta vez sí, los pudimos ver. Estaban encima de una roca. Son muy elegantes y refinados, ¡una delicia! Pero la traca final del viaje fue cuando ya nos disponíamos a volver. Estábamos a punto de salir del parque cuando vimos el rey león. Estaba de espaldas, observando el que sería su banquete: unos ñus. Hicimos 100 metros y, ¡tachán!, nos encontramos con 3 leonas y otro león. Esto fue impresionante. Estábamos parados a un metro de ellos. Vimos como la leona iba en busca del macho y como él la rechazaba abriendo la boca y gruñendo. Cerramos las ventanillas por precaución. Estábamos súper emocionados. Fue nuestro mejor regalo de despedida del safari.
El lunes por la mañana, y antes de irnos hacia el aeropuerto, visitamos una boma, es decir, un poblado masai. Nos dieron la bienvenida a su característica manera, con sus particulares cánticos y saltos, a los cuales nos unimos sin dudarlo dos veces. Fue muy interesante poder ver otra cultura, otra forma de ver y hacer las cosas, otra manera de vivir.
Tanzania es el país de las sonrisas y de la hospitalidad por excelencia. Un país salvaje, natural, auténtico y único. Fue el mejor viaje que pudimos hacer. Sin duda. Y hacerlo con Udare fue la mejor decisión que pudimos tomar. Nash y Joshua no fueron unos simples guías y conductores, sino que se convirtieron en nuestros amigos. Disfrutamos de cada momento que pasamos juntos. Muchas gracias por hacernos sentir como en casa y enseñarnos tantas cosas de vuestro amado país. ¡Os recordaremos siempre, rafikis!